Fue este instante. Dos átomos de hidrógeno hicieron una fusión, dejando ir con ella un rayo del sol. El rayo del sol atravesó millones de kilómetros a una velocidad inimaginable. Con gran firmeza chocó el rayo contra la Tierra, chocó contra vientos, contra paredes agujereadas, contra hijos muertos, contra muchas cosas, entre ellas, unos fusiles.
Fascismo levantaba temibles fusiles en Barcelona. Y, como el rumor de la lluvia, día a día, lágrima a lágrima, se agujereaban más las paredes a tiros. Dulce rayo... que momento más amargo has tenido que iluminar, preferiría no ver nada. Angustia desprende tu calor y muerte enseña tu luz. Y a los pies de tu sinceridad, rayo de luz, te lloran miles de madres suplicando que les mientas antes de ver a sus hijos cosidos a tiros.
Pues chocaste contra los fusiles justo cuando dispararon. Rebotaste y entrase por los ojos de un hombre joven justo antes que las balas que tu mismo nos enseñaste. Le hiciste ver la triste realidad, otra vez. Y la rabia de la impotencia que calienta tu rapidez, tú eres quien animas a la muerte, TU! Dulce rayo de sol! Si no hubieras estado todo sería diferente. Desaparecerás con los ojos de tu víctima, quien te recogerá antes de su muerte. Pues a eso has venido. Al nacer viajaste a toda prisa a este preciso lugar para ser este instante, la última mirada, la última luz de un republicano, el último rayo de sol que penetró en sus ojos.
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