Oscuros grises pálidos entornaban la mística música que entraba por mis ojos. Texturas agrias, sudorosas, conservadoras, resbaladizas, casi totalitaristas y poco humanas se contraponen a esta música tan armonizarte.
Como una dictadura, pocos olores se dejan oler. Las poderosas narices no dejan acabar de oler lo que realmente quieres oler. Las orejas solo escuchan lo que pocas bocas hablan, y bocas... realmente solo hay una, y no es muy sincera. Las piernas no dejan de caminar gracias a la mística música que nosotros tocamos, y no les falta alimento gracias a nosotros... deberíamos cambiar de música? Deberíamos hacer cambiar de dirección a nuestras piernas?
El tiempo nos dará la razón. Sí, retrato una obsesión que media España encuentra casi una enfermedad: libertad e igualdad. No es fácil luchar siendo tan pocos. Pero esto no pasa solo en España, pasa en todo el mundo, y sobretodo, en todas las conciencias corrompidas por la cotidianidad de robar a los demás su dinero y sobretodo sus derechos.
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