Lejos de aquí, en mis recuerdos, sigue resonando la música que tus lágrimas dejaron caer al vuelo. Cada mañana oigo los pájaros cantar tus lágrimas, el viento soplarlas, los árboles absorberlas... Cada atardecer, siento en el aliento declinado del sol como me siguen acariciando tus lágrimas. Si pudiera haberlas parado con palabras... si las pudiera haber parado aunque sea con un pañuelo...
Petrificadas lágrimas, inmortales en mi amor, minuto a minuto corre su vida y se convierten en mi celda, y por mi cárcel viviente oigo entre las rejas los sollozos, sin palabras ni conceptos, ardientes que corren tímidos en busca de esperanza quemándome sin sombra dejando ecos en mis palabras. Y es la flama que desprenden lo que me mantiene la luz de este sueño oscuro, de mi vida a la luz de tu desconsuelo, de mi amor.
Ferozmente nos besábamos día y noche, como un bello huracán. Pues en mi sangre fluyen los vientos de este huracán: el viento frío de tus lágrimas y el viento caliente de tus besos, que chocan... y me destrozan. Un viento que me destroza por dentro como si estuviera muerto ya hace siglos y como si estuviera más vivo que nunca, como si mis cenizas no estuvieran en ninguna parte y como si aun estuvieran dentro de ti.
Pues mi amor melancólico por ti florece como lo hacían tus lágrimas por mí. Los dioses tienen envidia de tus lágrimas, junto a mi amor y la luna, esperan a ser soñadas. Déjame satisfacer mis deseos, déjame desearte aun más, déjame escribirte expresarte encarcelarte dentro de un texto para no tener que dejarme derretir por tus ojos, por tus lágrimas, ¡por tu amor! Cuanto me quisiste! Cuando quisiste darme de tu ser! Cuantas lágrimas derrochaste...
Lágrimas que jamás fueron vencidas, lágrimas con el coraje suficiente como para poder enamorarse. ¿Podrías enamorarte de mí?
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