La piel se cae y te pica la vista, pues como harpías luchan por la ridiculez autodestructiva que nunca quisiste adosar a tu vida. Tus labios azules no saben donde esconderse y mi mirada me pica y se cae encima del aire. Nada en ninguna parte molesta las harpías que te recriminan esa llaga en el aire que es imposible de desaparecer. Imposible de entender, pero me caigo y pienso “…” ¿qué es lo que pienso? No quiero ni saberlo. Me caigo y te miro y entonces… fluye por el aire.
Como un trofeo celebran las harpías la dictadura y los esclavos que han podido someter a su propia esclavitud totalmente perversa con aires sicóticos respirados por unos pulmones negros de asco que lo único que saben hacer es toser a toda esa persona que cae en su trampa amable: llorando mintiendo y engañando hasta a ellas mismas con las excentridades más viles y tristes que el ser humano a sabido crear.
Como un trofeo celebran las harpías la dictadura y los esclavos que han podido someter a su propia esclavitud totalmente perversa con aires sicóticos respirados por unos pulmones negros de asco que lo único que saben hacer es toser a toda esa persona que cae en su trampa amable: llorando mintiendo y engañando hasta a ellas mismas con las excentridades más viles y tristes que el ser humano a sabido crear.
Las estrellas nos miran, ellas brillan como manchas doradas en el cielo llorando música luminosa hacia la faz de la locura o de la tierra. Las miro durante noches y me dicen –la mitad de las cosas no importan, solo lo que está en cursiva, para qué preocuparse por nada (la llaga inexistente en el aire de ninguna parte)- ¿Qué es lo que importa? Pocas cosas… y es cuando… me doy cuenta… y entonces…
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