Agarrándose a las nubes, el sol se despide y cae. Y los caminos siguen en pie, en ellos siguen la luz y las sombras: las picadas de los mosquitos, esos silencios repentinos, el cansancio, el descanso... Caminos poblados a su alrededor de yerba, pastos o piedras. Caminos, cada día estamos en uno o en otro. Éste sigue en pie una vez los dulces rayos del sol se extinguen por el oeste mientras la tierra responde con una brisilla fresca y el zumbar prolongado de la multitud de insectos. Mientras diferentes resplandores nacen entre las montañas y las ciudades, incluso entre los árboles, puntitos inmensos en su lejanía nos llegan miraculosamente a nuestros ojos.
Diferentes resplandores se apagan entre las montañas, incluso entre las nubes. Agarrándose a las nubes, el sol se levanta y se alza. Caminos brillan por el rocío que abrazaba por la noche las telas de araña. Una fina capa de calor te envuelve mientras el viento te la intenta robar, y las hojas se quejan del techo de nubes, aun no del todo azul, que no permiten plenamente sentir los oníricos suspiros calientes y continuos que un gran limón anaranjado ardiente deja caer de lado encima la tierra y los rincones más alejados de la misma galaxia, llegando a cada planeta, estrella, galaxia y muchas otras cosas que se encuentra a su inmenso y vacío paso.
Esto ocurre todos los días a todas horas.
Esto ocurre todos los días a todas horas.
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