El amor. Esa cara, bonita o no, despierta un contraste más entre tus sentimientos. Sí, los dioses lo despiertan, la muerte se acerca, pero nada despierta esta enfermedad tanto como el amor. Esa cara, bonita o no, te hace interpretar sus silencios entre alientos de tu corazón herido, te despierta y te duerme entre castillos hechos en el aire, te acaricia el fresco suspiro matinal con una amarga sonrisa bailando sobre tus ojos al tocar el alivio de su existencia. Esa cara, bonita o no, te haría quemar el mundo por encender una chispa en su corazón.
El arte. Corre todo lo que puedas, nunca llegaras a tocar el arte. La sonrisa de su sombra esconde alguna cosa, la sombra de su sonrisa ataca a la privacidad de tu corazón, con rayos o besos, lo parte o lo cose. Incluso siendo obrero nunca llegarás al final de la obra. Mira como te persigue y como huye a la vez, pero no te rindas, sigue siguiendo este camino infinito cuesta arriba, te ayudará a interpretar tu mundo, donde te hace comprender un poco mejor esa cara, bonita o no.
La vida. Arte, amor y vida. Tienen una cosa en común, son únicos. Necesitamos algún motivo para vivir, algún motivo para querer, algún motivo para interpretar; despertar, cada día y decir hoy es un día nuevo. ¿Dónde está el sentido? ¡No hay! Que más da: lo buscamos, aunque no este. Y seguimos buscando asta el final, asta el último suspiro, y por el camino lloramos porque no lo encontramos, pero seguimos siguiendo el camino sin fin, y a la desesperación recurrimos a inventárnoslo.
Y éste es nuestro mundo, un mundo donde los peros atormentan los dogmáticos y donde yo me pregunto si tú te puedes enamorar de mí, donde es imposible saber todo lo que abarca un Velazquez y donde todos seguimos diferentes caminos en la misma dirección.
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