Recomiendo absolutamente que antes de leer esta historia
os leáis este texto: http://ensayosarribas.blogspot.com/2011/06/castigo.html
Una playa tranquila, olas calmadas, un cielo cubierto de nubes blancas y un viento suave, cándido y frío. Un día sencillo. Un hombre paseando por la playa, por algun motivo, simplemente caminando junto al mar, notando la arena fría acariciándole los pies y pensando en sus cosas.
Una playa tranquila, olas calmadas, un cielo cubierto de nubes blancas y un viento suave, cándido y frío. Un día sencillo. Un hombre paseando por la playa, por algun motivo, simplemente caminando junto al mar, notando la arena fría acariciándole los pies y pensando en sus cosas.
Dulces peces, ¿tanto
os maltratamos? Dulces ideas ¿tanto os abandonamos? Yo os pregunto: ¿Seríais
capaces de maltratar vosotros a un ser humano? Lo pregunto ya sabiendo la
respuesta terca. Puede que simplemente os maltratemos para que vosotros no nos
lo hagáis a nosotros. Ideas plúmbeas… ideas a la deriva por miedo a enloquecer
y perder el sentido ontológico de la vida. Pues estos peces de irascible fuerza
son más fuertes de lo que pensábamos. ¿Cuántos llantos mortificados hemos
sabido llevar a la deriva junto al nombre “penco”? Perniciosas ideas pícaras y
pérfidas, locuaces ideas hercúleas y procaces, todas son peligrosas, algunas
cáusticas, ¡Oh, Dulce pastelito!...
El hombre sigue su camino y de repente, a diez pasos, se
encuentra una especie de pastelito. Vaya un pastelito… ¡Qué buena pinta!
Parecía realmente una delicia, una exquisitez. El hombre, como ser humano que
es, va a curiosear el pastelito taciturno. Resulta que el pastelito estaba
intacto y abarcaba todo eso que el ser humano podría desear: Bizcochito exótico
y esponjoso y con un poco de café por los lados, recubierto de un chocolate que
parecía decantarse a negro y de unas fresas muy pequeñas, debajo del chocolate
hay un pequeño trozo fino de queso suave, un toque de limón por la mitad del
bizcocho, todo desprendiendo un aroma fuerte, divertido y tentador; envuelto
con un papel fino, verde oliva y elegante, pero sencillo, llamando la atención.
Las entrañas del hombre no pueden evitar hacer un solo
musical remarcando el anhelo y el deseo que tiene por el pastel. El hombre se
acerca, mira a un lado de la playa, mira al otro… no hay nadie. Se dice “¿Por
qué no?”. Coge el pastelito y cerrando los ojos se lo lleva rápidamente a la
boca esperando morirse de placer. Durante medio segundo saborea paulatinamente un
placer absoluto en el paladar, le sube la sangre a la cabeza, comenzando a
producirle un escalofrío de esos que te sacuden y te despiertan la vida. Pero
entonces encuentra una cosa que falla, unas milésimas de segundo más tarde que
el medio segundo después de saborear el pastel, un sabor metálico y puntiagudo
comienza a penetrar por la lengua y de golpe… de golpe el anzuelo tira con más
y más fuerza y sale una cuerda de debajo la tierra, una cuerda tensa tirando de él; el anzuelo se le clava por la lengua y de golpe se le clava también en la
mejilla, desgarrándole la boca poco a poco; lo arrastra con una fuerza creciente
y ardiente, casi con emoción. El hombre, eufórico, se pone a gritar como un
cerdo en el matadero, y se pone a tirar hacia atrás para resistirse, pero no puede, se
cae y se queda tumbado, siendo arrastrado mirando hacia arriba llorando e
intentando sacarse el anzuelo. Ya es tarde, ahora la cabeza comienza a ser
mojada por las olas, el cuerpo se comienza a perder por el agua dejando un
rastro de sangre. El hombre desaparece entre olas. Unas olas aparentemente
tranquilas, serenas, comprensivas, suaves, bonitas, un poco apagadas, de azul
marino y blanco espumoso, unas olas… llenas de pescadores.
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