Pequeños ensayos importantes e inútiles del día a día que invitan a pequeñas o grandes reflexiones. Aquí es donde después de cuidar mis ideas las entierro.
Mientras tanto se hace oscuro… las horas pasan, el frío se
ríe y el calor se va. El frío me mira… mientras el calor se va. Llueve.
Fíjate, no parece que llueva, pero un gran y potente rayo atraviesa el cielo
dejando a la vista grandes gotas alargadas en suspensión. Yo soy como una gota,
la única caliente.
Voy cayendo con fuerza, me dirijo sobre cualquier sitio, pero… yo no me
conformo con cualquier sitio. Las otras vas cayendo y como buenas gotas de agua
que son, caen en cualquier sitio, mojan y se adaptan. Si caen dentro de un vaso
se adaptan, si caen dentro de un jarrón también. Yo solo quiero caer en un solo
sitio, y nunca me dejaré acabar de caer hasta que no esté donde quiero estar.
Antes me he quedado mirándome al espejo fijamente.
Estaba pensando “¿Hay algo que tenga sentido? Todos estos objetos que tengo
alrededor, mi cuerpo, mis ojos, el aire, la luz… ¿qué puñetas hacen aquí?… ¿de dónde
han salido y qué hacen aquí conmigo?”. Realmente… hay algo que falla o que no
entendemos. Yo formaba parte de todo, no eran los objetos y yo, eran
simplemente “los objetos”, TODO estaba relacionado con todo. ¿Es esa nuestra “realidad
en sí”? La “reductibilidad” de todo, todo reducido a un cúmulo, un cúmulo
reducido a nada. ¿Nada? Sí. Nada tiene realmente “valor”. El valor de hoy en
día lo asociamos a “un portátil vale 6 cámaras digitales (3000€=6x500€)” todo
es matemáticas; eso es lo contrario a valor. El verdadero valor está en lo que
no se puede comparar. Pues bien, no hay valor en nada, menos en una cosa.
Precisamente cuando llegaba a una conclusión uno de mis dos perros vino a
rascar la puerta del baño, quejándose porque quería irse a dormir conmigo y
acurrucarse cerca de mí, pues me echaba de menos, y yo a él, igual que a muchas
personas. Pues igual que un perro yo tenía ganas de volver a oír tu voz, que
una sala llena de público me aplauda, de ver una puesta de sol paseando con un
aire fresco acariciándome las mejillas, de todo menos de ir a dormir sin algún
motivo por el cual despertar… Eso es lo único que tiene valor en mi “realidad
en sí”: eso, el arte y pocas cosas más.
A veces nos cuesta hablar, a veces se nos caen las palabras
por la borda. Hace frío… ¿es esto un castigo? Que alguien me explique porqué
tengo que perder esta batalla… y que, por Dios, que me haga perder la guerra,
quien sea, pero que no me haga seguir luchando en otras batallas. Nunca me
rendiré. Pues… ¡PUES NO PUEDO! ¡Y que maten a quien pueda! ¡Que lo esclavicen, pues
uno es libre luchando,y yo sin ti no
puedo ser libre! Y todo tiene puñetero sentido y… ojalá no lo tuviera. ¡Maldita
sea! Lo peor de todo es que…
Me hundo y te hundo y te hundes y me hundes, dos viajeros
forajidos soñando en sueños perdidos; cosas sin sentido, y te miro y me miras y…
tiene sentido, pero… hace frío. Palabras caídas por la borda, palabras que lucharán
y nadarán hasta que empiecen lo que han acabado. ¡PALABRAS DERROTADAS UNA Y
OTRA VEZ! Palabras encendidas por las cuales no han tenido compasión…
Ahí donde yo tenía que empezar una chispa quemando todo un mundo… ahí hace
frío.
Una playa tranquila, olas calmadas, un cielo cubierto de nubes blancas y un
viento suave, cándido y frío. Un día sencillo. Un hombre paseando por la playa, por algun motivo,
simplemente caminando junto al mar, notando la arena fría acariciándole los
pies y pensando en sus cosas.
Dulces peces, ¿tanto
os maltratamos? Dulces ideas ¿tanto os abandonamos? Yo os pregunto: ¿Seríais
capaces de maltratar vosotros a un ser humano? Lo pregunto ya sabiendo la
respuesta terca. Puede que simplemente os maltratemos para que vosotros no nos
lo hagáis a nosotros. Ideas plúmbeas… ideas a la deriva por miedo a enloquecer
y perder el sentido ontológico de la vida. Pues estos peces de irascible fuerza
son más fuertes de lo que pensábamos. ¿Cuántos llantos mortificados hemos
sabido llevar a la deriva junto al nombre “penco”? Perniciosas ideas pícaras y
pérfidas, locuaces ideas hercúleas y procaces, todas son peligrosas, algunas
cáusticas, ¡Oh, Dulce pastelito!...
El hombre sigue su camino y de repente, a diez pasos, se
encuentra una especie de pastelito. Vaya un pastelito… ¡Qué buena pinta!
Parecía realmente una delicia, una exquisitez. El hombre, como ser humano que
es, va a curiosear el pastelito taciturno. Resulta que el pastelito estaba
intacto y abarcaba todo eso que el ser humano podría desear: Bizcochito exótico
y esponjoso y con un poco de café por los lados, recubierto de un chocolate que
parecía decantarse a negro y de unas fresas muy pequeñas, debajo del chocolate
hay un pequeño trozo fino de queso suave, un toque de limón por la mitad del
bizcocho, todo desprendiendo un aroma fuerte, divertido y tentador; envuelto
con un papel fino, verde oliva y elegante, pero sencillo, llamando la atención.
Las entrañas del hombre no pueden evitar hacer un solo
musical remarcando el anhelo y el deseo que tiene por el pastel. El hombre se
acerca, mira a un lado de la playa, mira al otro… no hay nadie. Se dice “¿Por
qué no?”. Coge el pastelito y cerrando los ojos se lo lleva rápidamente a la
boca esperando morirse de placer. Durante medio segundo saborea paulatinamente un
placer absoluto en el paladar, le sube la sangre a la cabeza, comenzando a
producirle un escalofrío de esos que te sacuden y te despiertan la vida. Pero
entonces encuentra una cosa que falla, unas milésimas de segundo más tarde que
el medio segundo después de saborear el pastel, un sabor metálico y puntiagudo
comienza a penetrar por la lengua y de golpe… de golpe el anzuelo tira con más
y más fuerza y sale una cuerda de debajo la tierra, una cuerda tensa tirando de él; el anzuelo se le clava por la lengua y de golpe se le clava también en la
mejilla, desgarrándole la boca poco a poco; lo arrastra con una fuerza creciente
y ardiente, casi con emoción. El hombre, eufórico, se pone a gritar como un
cerdo en el matadero, y se pone a tirar hacia atrás para resistirse, pero no puede, se
cae y se queda tumbado, siendo arrastrado mirando hacia arriba llorando e
intentando sacarse el anzuelo. Ya es tarde, ahora la cabeza comienza a ser
mojada por las olas, el cuerpo se comienza a perder por el agua dejando un
rastro de sangre. El hombre desaparece entre olas. Unas olas aparentemente
tranquilas, serenas, comprensivas, suaves, bonitas, un poco apagadas, de azul
marino y blanco espumoso, unas olas… llenas de pescadores.
Hay maneras de ser sabio, hay maneras de aprender, muchas. Se puede aprender
estudiando, se puede aprender pensando en general, se puede aprender con la
experiencia. Pero a veces nos dejamos la manera más particular, sincera, la
parte que solo se puede explicar a través de los sentimientos, de aprender.
Tendimos a preferir las
cosas bellas. ¿Por qué? Sentimientos estéticos, belleza, incluso felicidad de
tener un placer intelectual al comprender una obra de arte… ¿no es eso una
manera de acercarse a la sabiduría? La inocencia primitiva de querer una
persona, el sentimiento de sentirse bien al hace un esfuerzo moral como ayudar
a una abuela a cruzar la carretera, la satisfacción de los deseos, la obra de
arte y la relación que se establece con la persona… el amor y el arte son la
tercera vía, junto al razonamiento y la experiencia, de la sabiduría.
Sabiduría, bien ¿qué es la sabiduría? Grado más alto del
conocimiento. Conducta prudente en la vida. Conocimiento
profundo en ciencias, letras o artes. El verbo divino. El nombre humano. El
adjetivo infinito i el complemento terrenal. El determinante de personalidad.
La conjunción del entendimiento. La oración de la vida. Pues el amor es una vía
para llegar a la pregunta a la cual se dirige la sabiduría ¿Qué somos? (esta
pregunta se puede desarrollar hasta llegar a ¿Qué cosas hay? O ¿Qué es ser? ¿En
qué consiste ser?). El amor: eso que nunca se acaba de definir, y una vez lo
ves con claridad no está. El amor es inacabable, ¿no cuadra eso con la
sabiduría? Siempre podremos querer más y de formas diferentes, siempre podremos
ser más sabios y de maneras diferentes.
Todo; toda
la realidad, la realidad de la antigua Grecia, la de los religiosos, la de los
científicos, la de la modernidad; todo es una gran metáfora, y nunca podríamos
acabar de acercarnos a ella si no es con arte y amor, pues estos son un
relámpago dentro de todas esas nubes que nos nublan la vista.
Nos vestimos de manera que parezcamos eso que creemos que a
los demás les gustaría ver de nosotros. Nos mentimos unos a otros con
sonrisitas falsas y chorradas innecesarias cuando alguien no nos cae bien, y
después lo criticamos sin cesar. No estudiar para un examen y quedarse en casa
haciendo nada (incluye cualquier actividad que tenga que ver con la tele)…
Aun sabiendo que estamos cometiendo un estupidísimo error,
aun sabiendo que está mal, sabiendo que lo volveremos a hacer y que pensaremos
otra vez lo estúpidos que hemos sido, sabiendo que hemos representado la pura y
viva imagen de la hipocresía… no evitamos volverlo a hacer. Porqué. No entiendo
en qué puñetas pensamos. Cosas tan fáciles de corregir y tan ridículas de hacer
y no podemos evitar hacerlas y volver a hacer.
Personas que si hacen una buena acción, solo piensan en si
los demás lo han visto; otros que aprenden a tocar un instrumento porque a los
otros les gusta; otros se hacen policías porque ser violento siendo policía
está aceptado por la sociedad; cuando vemos que una cosa está mal, esperamos a
que los otros digan si opinan lo mismo, y si todos dicen lo contrario a lo que
tú has pensado, decimos lo mismo que ellos, y si habías dicho lo contrario antes
que ellos se te echarían encima, lo primero que hacemos es cambiar de opinión.
Así es el ser humano, y así seremos. La hipocresía forma
parte de la naturaleza y definición humana. Pero bueno… ¿qué más da? Uno se tiene que aceptar a sí mismo.
No hace falta que lo hagas. Pero si de verdad lo desearas…
lo harías. Es lo de siempre: otra lucha. Pero esta es más grande, es una
ruptura contra todo lo presente, contra nuestra realidad… no es solo miedo al
cambio, es que… sabemos qué es lo que hay que hacer, pero a la vez lo que
debería ser imposible… no es ético… no es… qué más da lo que sea, lo que
importa es lo que se siente… y lo que se siente tarde o temprano explota, sea
lo que sea.
Explotar… mientras no hacemos lo que deberíamos hacer, las horas explotan. Hay
relojes por todas partes, para molestarme, me recuerdan a ti… maldita sea… y
cuando ya los he olvidado todos… Dong… Dong… Dong… Miro a la derecha y veo las
4:23, miro recto y hacia arriba y veo las 7:45, entonces suenan los cuartos…
Cuando una persona quiere una cosa, todo el universo
conspira para que esta persona tenga lo que desee (Paul Coelho – El alquimista). Haz algo... yo no puedo, no me dejan los músculos ni
los nervios, solo los dedos cuando toco el piano o escribo... haz lo que sientas.
No hace falta que lo hagas… pero si de verdad lo desearas...
Hay textos que deben
ser difíciles, pero este… este da igual lo que sea, incluso da igual si me contradigo, este se tiene que ignorar
si se entiende o no, este texto no se trata de leerlo y entenderlo, se trata
simplemente de sentirlo, ponerse en la piel del autor, o en la piel de quien
recibe el texto. Puede que sea otra persona o puede que me lo escriba a mi mismo... supongo… querido lector, que tú deberías ser quien lo recibes
¿no?.
Colisionando contra la infinidad, me pierdo… sé que eres mi
perdición, en ti se acaba fundiendo todo. Puede que no importe lo que diga,
pero sí cómo te lo digo. Así como consumiente fuego que soy, te dedico mis
cenizas: Solo noches y sueños. Solo sabré vivir cuando las Noches no pueda
dormir Y cuando tenga Sueños por los que morir. Es todo una continua
guerra contra las luces que esperan, contra las que se apagan y contra las que
soñamos.
Nuestros relojes podrían luchar juntos, fundirse.
Uno aprende a luchar cuando no le falta ni le sobra tiempo, sino cuando en una
hora encuentra lo infinito, i cuando la palma de la mano puede atrapar el
universo entero. Uno aprende a vivir, o luchar (como quieras), cuando no sabe
nada, cuando le duele la cabeza, cuando sabe escribir en la oscuridad, con los
ojos cerrados, en medio de la noche, cuando escribe letras sobre otras letras.
Solo se aprende a vivir soñando. Luces por esperar, otras por apagar, otras por
soñar, todas chocando contra la infinidad, todas esperando a que se acabe el
día para acurrucarse a mí sin más.
Sé valiente cierra los ojos y da unos pasos hacia delante.
Sin miedo ni vergüenza. Tu objetivo no es cambiar las personas, ni cambiarte a
ti mismo… eso es poco… ¡el objetivo es cambiar el mundo! ¿Te imaginas? Cambiar
el mundo… hasta esto parece poco. Es casi insignificante.
Sé valiente y dame la mano, sígueme. Sígueme hasta el límite de las fronteras,
de lo imposible, y te aseguro que cruzaremos eso que siempre ha estado allí
pero nunca hemos acabado de ver. Cruzaremos todos los límites que creas que te
dominan, pues son todos aún más insignificantes.
¿Te imaginas? Cambiar el mundo… cruzando fronteras
imposibles, bailando a la luz de un ocaso casi acabado, con una brisilla fresca
acariciando la dulce sombra de una sonrisa que nadie conseguirá borrar nunca,
las montañas doradas y verdes aplaudiendo con las hojas de los árboles,
mientras mi perro se acerca con una piña en su boca para jugar. Sé valiente y
recuerda que cambiar el mundo parece casi insignificante, que todas las
estrellas en el cielo y todos los peces en el mar son pocos… insignificantes
comparados con los pensamientos que silenciosamente te dedico cada día y noche…
pero también insignificantes.
Otra vez… mi lucha
contra las palabras. La lucha contra mi casa, contra creaciones al revés, contra
la verdad contradictoria, contra el ruido que tenemos todos dentro. Sigo
luchando para llegar al final, aunque estúpidamente sepa que no hay final. Solo
quería recordarlo. Ahora te pido que te mates temporalmente delante de este
texto, olvídate de todo y por encima de todo olvídate de ti, no tienes que
existir para leer esto, solo tienes que conectar mentalmente con lo que pasa,
captar.
Otra vez…las cosas tienen su papel. Yo con mis manos contra
un papel y su blancura. La luna, el sol,
tú, yo… tenemos nuestro papel. Tus ojos… la tranquilidad de verlos iluminados
por el sol… tu cuerpo entero… tropezar con las palabras y los colores más tuyos. Siempre en
distancia, te recuerdo que estoy loco, la única manera de ser humano, pues también lloro y sufro, es la
verdad aunque no encaje con nuestra realidad.
Nómbrame a mí, musa, un pobre mortal. Todo es una gran metáfora
de la realidad, una realidad perdida. Como consumiente llama que soy, lucho,
pues es lo más bonito que hay, como ser perdido que soy busco la eternidad en
una hora. Y es entonces, ahora que he escrito una y otra vez sobre lo que me
rodea la realidad, es cuando veo a distancia todo lo que he hecho…
Las cosas se rompen, las realidades nos mienten y el odio y
el amor vienen del mismo resplandor. La lucha contra las palabras se reduce a
ti, pues no hay más que hacer con tanto amor por aquí. Escúchame, compréndeme,
no voy a parar hasta que tus latidos me sepan gritar. Puede que no te necesite
para respirar, pero sí para soñar, para tener algo por lo que luchar. Me apago
y me enciendo, como un cielo lloviendo,
a trozos te describo lo que sigo sintiendo, el diario de un loco, que muere
poco a poco, que nunca se rendirá por la lucha que perderá, nunca caerá ante el
ruido y la furia que lo esconde en la penuria. Pues lucharé, junto al amor y la
luna, sonreiré ante la fortuna de poder adorar las noches estrelladas que me
hacen pensar en tus notas doradas escuchadas con alegría por la inmensa
sabiduría de un corazón que hace tiempo perdió su caparazón, perdió la desazón
y entró en desesperación. Pero tienes razón, estoy loco, pues sí soy rico de
sufrimiento, y de eso no te miento, sería imposible juntarnos en silencio y agonía,
hurtarnos el amor necio y hacerte mía, ante este mundo moldeado sin fondo, caer
en lo más hondo, hacerte mía ante los dioses caídos, ante los feroces
bolígrafos.
Las cosas tienen un papel por el cual luchar.
Cuando el tiempo tiempo no era, tempo no había y tampoco llovía, y ahora
que hay luz baldía... apareces tú. Como explicarte…
otra vez, tú mi pecera y yo tu pez. Tú mi lucha por la que morir, tú mi casucha
donde sobrevivir. Tú, y solo tú, los minutos las horas la eternidad, los
suspiros caídos, las letras que escribir, los momentos por sufrir. Tú, y solo
tú, el único abujero donde caer. A ti, y solo a ti, te dedicaré las palabras
más llenas que una lucha ha sabido matar: te quiero.
Sé valiente cierra los ojos y da unos pasos hacia delante.
Sin miedo ni vergüenza. Tu objetivo no es cambiar las personas, ni cambiarte a
ti mismo… eso es poco… ¡el objetivo es cambiar el mundo! ¿Te imaginas? Cambiar
el mundo… hasta esto parece poco. Es casi insignificante.
Sé valiente y dame la mano, sígueme. Sígueme hasta el límite de las fronteras,
de lo imposible, y te aseguro que cruzaremos eso que siempre ha estado allí pero
nunca hemos acabado de ver. Cruzaremos todos los límites que creas que te
dominan, pues son todos aún más insignificantes.
¿Te imaginas? Cambiar el mundo… cruzando fronteras
imposibles, bailando a la luz de un ocaso casi acabado, con una brisilla fresca
acariciando la dulce sombra de una sonrisa que nadie conseguirá borrar nunca,
las montañas doradas y verdes aplaudiendo con las hojas de los árboles,
mientras mi perro se acerca con una piña en su boca para jugar. Sé valiente y
recuerda que cambiar el mundo parece casi insignificante, que todas las
estrellas en el cielo y todos los peces en el mar son pocos… insignificantes
comparados con los pensamientos que silenciosamente te dedico cada día y noche…
pero estos, parecen ser... también insignificantes.