Antes me he quedado mirándome al espejo fijamente. Estaba
pensando “¿Hay algo que tenga sentido? Todos estos objetos que tengo alrededor,
mi cuerpo, mis ojos, el aire, la luz… ¿qué puñetas hacen aquí?… ¿de dónde han
salido y qué hacen aquí conmigo?”. Realmente… hay algo que falla o que no
entendemos. Yo formaba parte de todo, no eran los objetos y yo, eran
simplemente “los objetos”, TODO estaba relacionado con todo. ¿Es esa nuestra
“realidad en sí”? La “reductibilidad” de todo, todo reducido a un cúmulo, un
cúmulo reducido a nada. ¿Nada? Sí. Nada tiene realmente “valor”. El valor de
hoy en día lo asociamos a “un portátil vale 6 cámaras digitales (3000€=6x500€)”
todo es matemáticas; eso es lo contrario a valor; si a todo el ponemos el mismo valor todo pierde el valor; si todo es reducible a otra cosa (composición química, átomos, etc.) absolutamente nada es "único" con su propio valor. El verdadero valor está en lo
que no se puede comparar ni comparar. Pues bien, no hay valor en nada, menos en un par de
cosas.
Precisamente cuando llegaba a una conclusión uno de mis dos perros vino a rascar la puerta del baño, quejándose porque quería irse a dormir conmigo y acurrucarse cerca de mí, pues me echaba de menos, y yo a él, igual que a muchas personas. Pues igual que un perro yo tenía ganas de volver a oír tu voz, que una sala llena de público me aplauda, de ver una puesta de sol paseando con un aire fresco acariciándome las mejillas, de todo menos de ir a dormir sin algún motivo por el cual despertar… Eso es lo único que tiene valor en mi “realidad en sí”: eso, el arte y pocas cosas más.
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